domingo, 7 de marzo de 2010

Visitas




































La tranquilidad de casa cuando todos duermen.
El pueblo está más que silencioso. Puede que en estas horas hayan pasado solo dos coches por la calle.
La sensación de paz.

El calor de mi Almendrita durmiendo sobre mis piernas... sé que ella me quiere y al mirarme corrobora mis pensamientos, con sus ojos de agua mar, con su cálida mirada.
Me siento culpable por tener que dejarla de nuevo. Después de todo lo que ha pasado durante estas dos semanas y me lo cuenta, como ella
puede, sacando su lenguecita para que vea los estragos que ha hecho el veneno en ella.
Me siento mal solo de pensar que no voy a volver a verla en semanas.
Pero disfruto del momento de vivir con ella estas horas... agradeciéndole que no me lo eche en cara.

La contradicción de volver al pueblo de visita-médico.
No quieres venir porque en tu vida privada a 200 km se vive bien, sin obligaciones impuestas desde el exterior, sin pausas marcadas, sin cortafuegos parentales...
Pero una vez que estás aquí, ese silencio, esa tranquilidad, ese mar en calma que es el clima de esta casa, me retiene y me obliga al menos a descartar la idea de quedarme un tiempo más.

El Sr. Monetes acaba de entrar.
Su cabeza huele a pasta de dientes, seguramente a causa de haberse tumbado en su lavabo-cama-casa.
Me acaricia la cara con su patita peluda. Sí es difícil de creer, pero es el único gato que sabe acariciar.
No para de jugar. Cualquier objeto se vuelve un mundo de infinitas posibilidades sobre sus audaces uñas y lo envidio. Con lo pequeño que es el jodio y lo grande que está, aunque hay que decir que el nuevo collar que mi madre le compró no le favorece en absoluto. Pero es gracioso, está mono...

Los voy a echar de menos... para descansar, para evadirme, para sentirme querida.

Pero es lo que tiene volver a casa y tener que marchar... que recoges y dejas, que disfrutas y anhelas, que vuelves y te vas...

y te vas... y vuelves...

... pronto, muy pronto...

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